En la era en que el tenis mexicano caminaba con paso firme sobre el césped sagrado de Wimbledon y retaba sin temores a gigantes en la Copa Davis, emergió la figura elegante de Antonio Palafox, el diestro de Guadalajara, cuyo revés era tan certero como su memoria para las batallas inolvidables. Campeón junto a Rafael Osuna en Nueva York y Londres, arquitecto de la gesta contra los estadounidenses en 1962, Toño no solo jugó, enseñó a jugar: fue maestro de McEnroe, mentor en las sombras del genio. Hoy, cuando se habla de grandeza con raqueta, su nombre se pronuncia con respeto. Porque Palafox no solo fue testigo de la gloria: fue parte esencial del relato.

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