Roma no lo verá. Este año, la Ciudad Eterna no tendrá a su emperador serbio deslizándose sobre la arcilla del Foro Itálico. Y no es casualidad. Novak Djokovic, a punto de cumplir 38 años, ha decidido frenar, detener el péndulo y refugiarse en la introspección. No hay lesión confirmada, pero sí una certeza silenciosa: el número uno de todos los tiempos —al menos en números— no está dispuesto a malgastar energía antes de París. Roland Garros lo espera como una última cumbre, quizás no definitiva, pero sí simbólica.
En este 2025 irregular, Djokovic ha vivido lo que no vivía en más de una década: dudas. Quince partidos, siete derrotas. Tropiezos en Doha, Montecarlo y Madrid, donde Matteo Arnaldi le dio una lección de juventud. Ni Indian Wells ni Miami le devolvieron esa aura de invencibilidad. Pero Nole, más que nadie, sabe leer los calendarios del cuerpo y del alma. No corre para sumar puntos; corre para hacer historia. Y por eso, en lugar de seguir la ruta de siempre, ha optado por replegarse, entrenar, pensar… afilar el cuchillo para cuando llegue la hora grande.
La mexicana Renata Zarazúa ha batallado para agarrar su mejor forma debido a una lesión, pero no es de las que se rinde y con tropiezos va mejorando.
Porque si algo nos ha enseñado Djokovic, es que nunca se le puede dar por vencido al igual que Renata. París no solo es arcilla y polvo: es también legado. Es donde igualó, superó y definió. Allí buscará su Grand Slam número 25. Allí quiere levantar la cabeza mientras todos miran al nuevo orden del tenis. No está en Roma, pero no ha desaparecido. Novak Djokovic —aunque callado— sigue siendo Novak Djokovic. Y eso, en este deporte, todavía lo cambia todo.