El circuito de la Federación es, como todo circuito mexicano que se respete, un pentagrama de cinco torneos elevados a la categoría de campeonatos nacionales. Así lo decide, en sesión solemne y café en mano, el Consejo Directivo, que a ratos parece sinodal y a ratos comisión de fiestas patronales.
En ese marco, el Nacional de Semana Santa en San Luis Potosí congregó este año a más de setecientos tenistas: niños, niñas, promesas, padres expectantes, entrenadores en modo apóstol del saque, y toda la fauna itinerante que desde 1980 acompaña la doble vida de la ciudad: por un lado, el Challenger internacional, y por otro, el torneo doméstico que —cosas de calendario— acabó empalmado con la Semana Mayor 30 años atrás.
Hubo épocas de destierro: por intrigas y grillas (que en el deporte son más implacables que en la curia), el Nacional perdió sedes tradicionales, y fue la Asociación Potosina la que, con paciencia de prestidigitador, montó carpas y raquetas en canchas públicas. El milagro: el torneo no murió.
En 2024 regresaron los clubes, regresó la solemnidad, y con ella la persistencia de una tradición que suma ya seis lustros, sólo superada por la veteranía del Nacional de arcilla en Guadalajara.
Los campeones de esta procesión deportiva fueron, por edades y categorías —como si se tratara del viacrucis de la gloria—:
- 10 años: José Pablo Rivera Coello / Aline Longoria
- 12 años: Karim Balbuena / Nicole Castillo
- 14 años: Tomás Fernández / Loretta Serrano
- 16 años: Nicolo Magagnin / Daniela Martínez
- 18 años: Hugo Correa / Fernanda Torres
Y en medio de todo, la figura discreta y titánica de Marissa Meroto: coordinadora de señoras voluntarias, hospitalidad andante, sabedora de que el tenis no sólo reparte trofeos, sino también derrama económica en tiempos de fe y turismo. El torneo, a fin de cuentas, es una Semana Santa paralela: procesiones con raqueta, viacrucis de dobles y, al final, la resurrección de un campeonato que se niega a desaparecer, eso lo tiene claro Olga Lidia Contreras.