VICTOR ROMERO DESCRIBIÓ LO QUE VIVIÓ EN CASABLANCA ATIZAPAN

Memoria del Club Casablanca Atizapán, de 1985…

Mi papá compró una membresia del Club Casablanca Atizapán en diciembre del ’84. De toda la familia, mi hermana Verónica fue la única que usó el club ese mes, y los demás empezamos a asistir en enero del ’85.

La credencial del club era muy básica: el anverso consistía en la identificación del usuario que contenía una foto, número de membresía, nombre completo, fecha de validez y firma del gerente. El reverso de la credencial era blanco, pero ahí se colocaba una etiqueta adhesiva de color diferente cada mes que servía para comprobar que el usuario había pagado su mensualidad. La credencial estaba enmicada y era canjeada cada año.

A principios de los 90s las credenciales cambiaron por otras que podían ser impresas y que tenían un código de barras que al ser leído por la computadora arrojaba la información del usuario.

Después de mostrar la credencial al guardia de seguridad, cuyo lugar de trabajo era una caseta muy pequeña, uno ingresaba al club atravesando el torniquete (mecanismo giratorio similar al que se usa en el metro) que llevaba a un corredor muy largo donde la “magia” comenzaba.. Pasando la “caseta del policía”, del lado izquierdo estaban la tienda de deportes y la estética, y más adelante del lado derecho los salones de eventos donde había sillones y mesas, y donde en aquel tiempo uno se sentaba a jugar ajedrez (que uno podía rentar con la persona de la caseta de seguridad a cambio de la credencial). El salón era muy oscuro; su iluminación dependía de luz natural durante el día y durante la noche de unos candelabros rústicos que alojaban focos de muy baja intensidad para el espacio tan grande que debían iluminar.

Siguiendo sobre el corredor principal, a unos 10 o 15 pasos, uno podía admirar el patio interno en cuyo centro vivía una jacaranda de unos cinco metros de altura y pasando la jacaranda estaba el restaurante del club. Alrededor del cuadro había dos bancas donde, normalmente, los hombres esperaban a que las mujeres salieran de los vestidores para poder volver a casa con la familia.

Unos metros después, al fondo del corredor había una vitrina donde se exhibían los trofeos del club. La mayoría de dichos trofeos eran de tenis, aunque también había algunos de natación, y otros pocos de otras actividades. Recuerdo que en varias ocasiones los conté y aunque ahora me parecen muy pocos, recuerdo que había 33 trofeos en la vitrina.

Los vestidores de las mujeres estaban opuestos a la vitrina de trofeos… No puedo decir mucho de esta área del club, pero cuenta la leyenda que había tanto vapor como sauna y varias regaderas.

Unos metros más adelante estaban las escaleras que iban al segundo piso de la casa club donde estaban los vestidores de hombres, las canchas de squash, el gimnasio de gimnasia olímpica/rítmica y la oficina del coordinador deportivo.

Entrando a los vestidores, de frente, uno podía encontrar a los toalleros, quienes, además de alquilar toallas, preparar tehuacanes con limón y en ocasiones, limpiar zapatos, se hacían cargo del mantenimiento de los vestidores. Recuerdo en aquellos tiempos a “Don Gero” y al “Primo”, quienes de manera muy atenta y amigable trataban a todos los usuarios que pasaban por dicho territorio. Lo amigable no les quitaba la gran agudeza mental puesto que en varias ocasiones los escuché humillando a varios usuarios que sintiéndose superiores los intentaban alburear… pero, en mi experiencia, los toalleros no perdieron concurso alguno.

Los casilleros o lockers estaban pintados de anaranjado con números negros en el frente. Me causaba gran orgullo que los casilleros eran más grandes en el CB Atizapán que en cualquier otro club. Uno podía meter cómodamente una mochila/porta-raquetas en el interior de un casillero del Atizapán, mientras que en satélite uno tenía que dejar por lo menos los zapatos encima del casillero y bañarse de prisa…

No sé a ciencia cierta cuántos casilleros había en los vestidores, pero seguramente pasaban de los 400. Las regaderas eran de diferente calidad de forma tal que de algunas salía agua con buena presión mientras que de otras la presión era menor. También la temperatura del agua variaba de regadera en regadera. Mientras que de algunas el agua salía caliente sin abrirle mucho a la caliente, de otras uno tenía que abrirle a toda la caliente para que saliera tibia.

Los pisos eran de un azulejo blanco muy resbaloso lo que definitivamente cambió a mediados de los 90, cuando modernizaron los vestidores.

Había dos regaderas ‘de presión’ que solo despachaban agua helada, una a la entrada/salida del vapor y la otra a la entrada/salida del sauna.

Mucha gente entraba al vapor durante varios minutos y salía directo a la regadera de presión. Varios repetían ese ejercicio varias veces.

El vapor era muy grande y el sauna era como 1/3 del área del vapor. Era interesante entrar al vapor para no poder ver más allá de un metro. Normalmente la temperatura del vapor era inaguantable y yo no podía quedarme ahí por más de cinco minutos.

El sauna no lo frecuentaba mucho, creo que, porque mi papá nunca entraba ahí, solo al vapor.

Saliendo de los vestidores, uno tenía que bajar un escalón para estar al nivel de las canchas de squash. El club tenía cinco canchas de squash con piso de madera. Cabe notar que las canchas de squash del CB ATZ eran más angostas que las de medida inglesa, por lo que (me imagino) no se hacían torneos de squash en el club.

Una particularidad era el área donde se podía ver el squash. Para acceder a esta área uno tenía que subir una escalera de caracol. Había varios puntos de acceso, pero desde cualquiera de estos, las escaleras de caracol eran un gran peligro. En más de una ocasión tuve problemas transitando dichas escaleras… supongo que a la edad de seis uno tiende a ser menos precavido…

En este corredor que incluía las canchas de squash también había sanitarios tanto para hombres como para mujeres, y al final del corredor estaba el gimnasio de gimnasia olímpica que era compartido con el Taekwondo… Estas fueron dos de las muchas actividades en las que nunca participé en el club.

Antes de llegar al final del corredor (donde estaba la oficina del coordinador deportivo), del lado derecho, había acceso al resto del club. Saliendo de dicho corredor, del lado derecho había un chapoteadero y opuesto al chapoteadero había un área verde donde se podía jugar fútbol, americano, e incluso hoyos cuando todo lo demás fallaba. En estos tiempos no había árboles plantados ni pista de correr, pero lo que sí había eran sombrillas que protegían unas mesas de acero pintado de blanco con sus sillas.

Siguiendo a la izquierda podemos ver una pequeña área verde detrás del frontón. Esta área verde nunca fue utilizada, lo que parece un desperdicio puesto que seguramente se hubiera podido construir un frontón de medidas oficiales usando dicha área. En vez de esto, había un frontón algunos metros corto cuyas paredes también eran más bajas que las oficiales.

El frontón era un lugar extraño por muchas razones. Por un lado, el frontón era un lugar social por excelencia. El frontón era único en su clase dentro de la cadena de clubes Casablanca. Atizapán era el único club con frontón y dado que carecía de medidas oficiales, nunca se organizó un torneo sancionado en dicha instalación. Otra razón por la que era social es porque solo había una cancha y muchos jugadores. Solo se jugaba dobles y dependiendo del número de retadores uno tenía que esperar desde cinco minutos hasta media hora o más para jugar un juego. El tiempo de espera junto con la densidad de jugadores en un mismo lugar daba pie a que hubiera conversaciones de todo tipo y con gran frecuencia, lo que hacía del frontón el mayor lugar social del club.

Por otro lado, el frontón también era un lugar sumamente competitivo. Para jugar frontón los fines de semana entre 11 y 4 o 5pm, uno CASI tenía que ser invitado por uno de los miembros del consejo… Esto es obviamente una exageración, pero el frontón tenía un núcleo compuesto por gente con cierta jerarquía que organizaba juegos y torneos ‘clandestinos’ por así llamarlos.

Las parejas normalmente se hacían conforme los jugadores iban llegando, de tal forma que, si llegabas a ‘buen tiempo’ y otro jugador de buen nivel llegaba más o menos al mismo tiempo que tú, los dos iban a poder jugar juntos. Otro factor que intervenía en la forma de hacer las parejas era la posición que cada jugador tomaba en la cancha. El frontón, a diferencia del tenis, se cubre por áreas de la cancha. El ‘delantero’ era jugador que cubría la parte frontal de la cancha, se hacía cargo del saque y atacaba el frente. Los delanteros de calidad tenían muy buenos reflejos y sabían posicionarse bien en la cancha para poder atacar cualquier bola que los rivales tiraran corta. El zaguero era el jugador que cubría la parte trasera de la cancha. Este jugador normalmente tenía que ser muy consistente y de buena resistencia física para poder jugar puntos largos.

Lo que hacía de este juego especialmente interesante era la mezcla de talentos, edades y tonelajes que se daba en la cancha. Uno podía ver parejas con un jugador de más de 70 años jugando con otro de más de 120 kilos… También otras parejas con un jugador de más de 100 kilos, pero increíblemente talentoso de pareja con otro jugador que difícilmente podía sacar, ya no digamos pegarle a la pelota… El mayor defecto de este gran deporte era la baja participación de mujeres. Recuerdo a solo una mujer jugando en el frontón en todos esos años…

A pesar de esto, el frontón del CB ATZ es uno de los lugares que más voy a extrañar de este legendario lugar.

Pasando el frontón, uno sube las escaleras y llega, del lado derecho a la oficina del profesional de tenis y a la capitanía de canchas, del lado izquierdo a los sanitarios y más allá a las gradas, y de frente uno tiene diez canchas duras de tenis… El tenis… Paraíso para muchos, infierno para otros y purgatorio para todos los demás. El tenis es un deporte que tiene lecciones para todos.

Las canchas eran verdes con contracanchas rojas. Las primeras siete canchas tenían una contracancha amplia (normal), mientras que las canchas 8, 9 y 10 tenían una contracancha corta puesto que el límite del terreno del club impedía extenderse más allá de la pared que servía como frontera con el Instituto Zaragoza. Al terminar la cancha 10 había una pequeña área verde y un edificio que servía como bodega donde se guardaba el equipo de tenis (pelotas, carritos, canastas, conos, etc.).

Las canchas de tenis se reservaban en la capitanía. Uno tenía que dejar las credenciales de los miembros que iban a jugar para reservar la cancha. Entre semana, de martes a viernes era imposible jugar tenis antes de las 7pm puesto que desde las 3.30 hasta las 7 pm todas las canchas estaban ocupadas con clínicas de tenis. Los fines de semana también eran difíciles en esa época.

Los sábados y los domingos, uno tenía permitido reservar una cancha para jugar singles entre 7 y 9 am, o después de las 3pm. Entre 9am y 3pm, el dobles tenía preferencia. ¡Qué tiempos aquellos cuando llegábamos a las 7:30 am para poder jugar una hora y media antes de tener una hora de descanso forzado porque no había suficientes canchas! Es difícil de creer que cerca de 80 personas invadían las canchas de tenis entre 9am y 2pm todos los fines de semana. Las canchas 8, 9 y 10 estaban reservadas para el entrenamiento del ‘Equipo Especial’ de 7am a 10am. Más adelante (al cumplir 12) pude ingresar a este grupo de entrenamiento… pero de esto hablaremos más tarde.

Bajando por la cancha 7 uno podía encontrar la cancha multiusos que normalmente se ocupaba para basketball, fútbol y volleyball. Más adelante estaban las ‘canchas de voleo’, ‘rebotaderos’ o simplemente las paredes. Las cuatro canchas de voleo servían como área de calentamiento donde uno le podía pegar a la pelota, y donde pasé una cantidad obscena de horas destrozando cientos de pelotas a lo largo de mis primeros años en el club.

Detrás de las canchas de voleo estaba la oficina del profesional de natación, donde también, en un cuarto anexo había una pequeña bodega donde se guardaba el equipo de natación. A unos metros de distancia se encontraba el gimnasio de pesas del club, al que los niños de 6 años no podían ingresar por motivos de seguridad.

Más adelante se encontraba la alberca del club. Un rectángulo de 50 metros de largo por 25 de ancho con diferentes niveles de profundidad que iban desde 1.20 hasta 2.9 (si mal no recuerdo) … flanqueando la alberca había pequeñas áreas verdes donde los fines de semana calurosos uno podía ver cerca de 100 personas tomando el sol. Unos años después se introdujeron los camastros y luego colchones azules que iban sobre los camastros para la comodidad del usuario.

Al final de la alberca había unas escaleras que iban a la planta baja. Aquí había un cuadro que del lado derecho tenía los vestidores para niños menores de 10 años, del lado izquierdo tenía el “snack de la alberca” y junto al snack había dos columpios. Si uno giraba a la izquierda, uno podía ver el acceso a la caldera que calentaba el agua de la alberca. Este cuadro tenía varias jacarandas que lo decoraba y que hacían laborioso el acceso a la parte posterior del restaurante del club.

El restaurante era muy básico. Excesivamente grande para el nivel de ocupación y con sillones tapizados con un vinil anaranjado de muy mal gusto. El menú era básico y la comida no era comendable salvo por los huevos rancheros especiales… ¡La especialidad de la casa!

Saliendo por la puerta delantera (descrita al principio) uno puede ir a los sanitarios de hombres del lado derecho, o al de las mujeres (si es mujer) del lado izquierdo. Pasando los sanitarios hay una puerta que baja a un salón que, cuando yo llegué al club, servía como salón de boliche con tres carriles… y posiblemente también como calabozo.

Le acabamos de dar la vuelta al CB ATZ de 1985. El club evolucionó de varias formas, añadiendo algunas cosas y quitando otras, pero, al fin y al cabo, construyendo recuerdos, formando gente y sirviendo como un lugar seguro de esparcimiento y diversión para miles de personas. Se extraña ahora y se te extrañará mañana.

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