POR ALEJANDRO ÁLVAREZ ZENITH
Yo me encontraba muy cerca del Club Reforma en el terremoto de 1985. Era muy temprano (siete de la mañana), la tierra se movía, pero nunca pensé de la magnitud.
Al prender el televisor la conductora Lourdes Ortega, en ese entonces, dio fe de los hechos en un entorno de terror.
Con mi primo Mauro Ronquillo nos trasladamos al centro de la Ciudad de México y las calles estaban oscuras por las partículas que flotaban. Fue una experiencia terrible.
Un 19 de septiembre, pero, de 2017 nuevamente azotó con furia un terremoto y en este momento ya hay cerca de 80 muertos, una cifra benévola e insignificante, pero dolorosa, si se consideran los millones de personas que habitan y trabajan en la capital de México.
La mayoría de los citadinos no dudaron en extender una mano amiga en la búsqueda de sobrevivientes. Las maquinas con operadores experimentados removieron escombros y perros adiestrados trataron de detectar a personas enterradas. Toda una tragedia que nos debe llevar a una reflexión profunda de lo que estamos haciendo.
El México de hoy es muy diferente al de 1985. Los mexicanos enfrentan una catástrofe con solidaridad, pero con la diferencia de que el hampa está desatada.
El que pudo aprovechar el descontrol lo hizo para asaltar en diferentes puntos por la tolerancia que hay en favor de los malosos.
También ya resulta normal la impunidad con la que se vende todo tipo de drogas. Y la creciente enfermedad de los jóvenes.
Un México descompuesto llora y deseamos a todos aquellos que lean esta nota que sus familiares y amigos se encuentren bien. A los deudos de los afectados nuestro más sentido pésame.
A los malos políticos que no checan la construcción de los edificios que se construyen en una zona sísmica, nuestro repudio absoluto.