GOLPE DE REVÉS
Alejandro Álvarez Zenith
En México, la mayoría de los tenistas se forman en clubes privados; en menor medida, surgen de canchas públicas o instalaciones particulares. Aquellos con talento suelen iniciarse en competencias internas, luego se afilian a asociaciones estatales y, progresivamente, acceden al circuito competitivo local y regional.
Desde estas primeras etapas, el llamado “mundo de la raqueta” genera una derrama económica considerable. Beneficia no solo a entrenadores y formadores, sino también a proveedores de artículos deportivos —raquetas, pelotas, indumentaria y calzado—, así como a profesionales vinculados al bienestar físico y emocional, como médicos, fisioterapeutas y psicólogos, especialmente cuando el entorno familiar del jugador lo requiere.
Los jóvenes que desde edades tempranas —alrededor de los 10 años— ya dominan los fundamentos técnicos, aspiran a posicionarse en sus respectivos estados, avanzar en rankings regionales y eventualmente destacar a nivel nacional. A lo largo de este proceso, entran en contacto con entrenadores especializados que trabajan con grupos selectos en el alto rendimiento, aunque siempre es justo reconocer el papel esencial que desempeñan los primeros formadores, responsables de inculcar desde el inicio aspectos técnicos clave como el correcto agarre de la raqueta.
Conforme los atletas transitan a categorías más competitivas —particularmente en las divisiones de 12 y 14 años—, el acceso a campeonatos nacionales se vuelve crucial. Esto depende en buena medida de contar con la infraestructura adecuada, especialmente canchas en cantidad y calidad suficientes. Sin embargo, un reto estructural persistente es que muchas de estas competencias se celebran en ciudades ubicadas a más de 1,500 metros sobre el nivel del mar, lo cual representa una condición que ha sido señalada como factor limitante para el desarrollo de jugadores mexicanos en el circuito profesional, particularmente en singles, tanto en la ATP como en la WTA.
En el marco de los torneos avalados por la Federación Internacional de Tenis (ITF), y tras la reactivación deportiva posterior a la pandemia en 2021, el torneo J500 de Mérida se consolidó como el de mayor relevancia en el país. A esto se sumaron competencias en Jalisco, Estado de México, Veracruz, Guanajuato y, de manera notable, Cancún, que albergó diez etapas, consolidando su papel estratégico.
De 2021 a la fecha, México ha sido sede de 119 torneos ITF, una cifra significativa si se compara con la década de los ochenta, cuando para acumular experiencia internacional era necesario recorrer 10 países de Sudamérica tras disputar la histórica Copa Casablanca. Solo en el último año se calendarizaron 32 torneos en territorio nacional, aunque es importante señalar que algunas sedes podrían no haber sido las más idóneas debido a su altitud.
Bajo este panorama, resulta claro que los principales beneficiarios de esta infraestructura deben ser los jugadores, y los principales responsables de su evolución técnica, los entrenadores. En consecuencia, si los tenistas nacionales no logran destacarse en los certámenes locales —a pesar de contar con torneos puntuables y organizados en su propio país—, se vuelve necesario replantear estrategias formativas, más que buscar responsabilidades en directivos que, en algunos casos, ni siquiera tenían conocimiento del estatus actual del Centro Nacional de Tenis.
México cuenta con condiciones para crecer en el alto rendimiento. Lo indispensable es asumir cada quien su rol con visión, compromiso y cooperación. Solo con una sinergia efectiva entre jugadores, entrenadores, asociaciones y autoridades, se podrá concretar el anhelo de ver a nuestros tenistas entre la élite mundial.