El mundo del tenis es enorme, pero a la vez muy pequeño. La maduración de un jugador es larga porque normalmente inicia en la división de 10 años y vas cambiando a 12, 14, 16 y 18 años. Luego te subes al profesionalismo y en ese trayecto un tenista conoce a gente que va desapareciendo de su vida si tienes el talento para pelear por la supremacía universal.
Es cierto que en los torneos grandes un icono mundial ingresa a un universo de 128 jugadores que son los mejores rankeados y algunos invitados, pero es más a lo que puedes aspirar en cuanto a la relación con similares al calor de la competencia, sin embargo, los mejores cierran su mundo.
El único país latinoamericano que ha producido números uno del mundo en el tenis es Brasil a través de María Esther Bueno y Gustavo Kuerten. Me platicaba Alfredo Álvarez, quien es hermano de mi padre que solía practicar con Bueno en el Orange Bowl y que era una chica agradable. Y si le creo porque Alfredo llegó a dos finales consecutivas perdiendo en una de ellas con Charlie Passarell.
Cuando el que escribe se dedicó al adiestramiento de jugadores en Sudamérica Kuerten era rival de mexicanos y se dio una convivencia natural porque se coincidía en los clubes, comedores, hoteles, aeropuertos etc. Al paso del tiempo revives estos recuerdos cuando te das cuenta de que nuevamente Brasil coloco a un uno del mundo a nivel juvenil en el 2023 a través de Joao Fonseca, quien ya sabe lo que es estar en los cuartos de final de un ATP 500 con 17 años.
Nunca hemos visto jugar a Fonseca, pero ya pinta bien, pero habrá que esperar, porque la ruta es larga. Por lo pronto está aprovechando su condición de local.
